"La gente cree que no puede cruzar el desierto de la tristeza, que la tormenta nunca termina, que la lágrima no cesa, que el dolor no pasa... Pero, ahí llega Dios, nos da tranquilidad para no estar tristes, alivia la tormenta, consuela la lágrima, tranquiliza el corazón y pacífica de nuestro ser, incluso cuando creemos que todo es imposible”.
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